Poesía, poetas. ¿Especie en extinción?... ¿dónde deben estar los poetas y dónde debe escucharse la poesía, si no es en el Paláis Concert?, ¿cómo/cuándo recordaremos qué fue este edificio (si se convierte en tienda)?
CARTA ABIERTA
“NO A LA BOUTIQUE DE RIPLEY EN EL PALAIS CONCERT”.
“NO A LA BOUTIQUE DE RIPLEY EN EL PALAIS CONCERT”.
Defender el Paláis Concert es defender las raíces de nuestra identidad diversa.
Estimados amigos y amigas.
¿Ver convertirse El Paláis Concert en boutique Ripley (proyecto aprobado por el Ministerio de Cultura), sin hacer nada por impedirlo?; nosotros decimos: ¡no!
Junto a este “no”, nos movilizamos para articular iniciativas que, al mismo tiempo que proteger la casa de Colónida y Valdelomar, implican revertir el peligro de destrucción del patrimonio en el Centro Histórico de Lima, ponerle límites al negocio y sus intereses cortoplacistas e impulsar políticas de patrimonio articulando Cultura y Desarrollo.
Jirón de la Unión, vía transitada por miles de peruanos día a día, valioso entorno urbano del cual es parte el Paláis Concert, luce asfixiada por el comercio. Por décadas la política cultural de gobiernos sucesivos ha sido dejar en manos de la inversión privada el apoyo a la cultura, esto ha dado lugar a un sentido común compartido por muchos ciudadanos, que ven la vorágine consumista como normal y hasta deseable. Sabemos que decir “No a la boutique de Ripley en el Palais Concert”, es una apuesta exigente por un cambio de actitud; de autoridades, funcionarios, empresarios y sectores de ciudadanos, es decir: significa revertir diversas inercias, con hondas raíces.
La diferencia entre “antes” (cuando se permitió que Paláis Concert sea discoteca o zapatería) y “ahora”, es el despertar ciudadano para proteger el Patrimonio, pues, aunque Lima aparenta estar en manos de la indiferencia (ante el consumismo sin límites), no pocas personas somos sensibles a lo que le pasa a la ciudad, y a las historias encarnadas en su hermoso patrimonio.
Problemas conocidos y reiteradamente denunciados (huacas desprotegidas, invadidas, destruidas, mutiladas, casonas abandonadas o tugurizadas y en riesgo de desplome, constructoras que destruyen edificios de valor monumental, etc.), exigen un punto de quiebre, nuestro patrimonio se defiende, se protege, se conserva, se valora, y esto nos involucra a tod@s.
L@s convocamos a sumarse a la campaña “No a la boutique de Ripley en el Palais Concert”. Como un paso en el camino de construir una realidad distinta, en la que tod@s juntos, cuidamos, protegemos y promocionamos nuestra ciudad. Ciudad en la que el Paláis Concert sea memoria viva, sumada a otros múltiples espacios representativos de nuestra diversidad creativa, convertidos en lugares para el reencuentro de los peruanos con sus múltiples voces, memorias e historias.
“No a la boutique de Ripley en el Palais Concert” significa, entonces, sumar voluntades para exigir a las autoridades que detengan este atentado contra la cultura, y que pongan en el centro de la agenda a las Políticas Culturales y de Patrimonio.
Con tu firma de adhesión a esta Carta, hagamos visible cuánt@s nos interesa esto. Envíanos tu nombre, apellido y DNI al correo:
salvemoselpalaisconcert@gmail.com
¡Muchas gracias!
Estimados amigos y amigas.
¿Ver convertirse El Paláis Concert en boutique Ripley (proyecto aprobado por el Ministerio de Cultura), sin hacer nada por impedirlo?; nosotros decimos: ¡no!
Junto a este “no”, nos movilizamos para articular iniciativas que, al mismo tiempo que proteger la casa de Colónida y Valdelomar, implican revertir el peligro de destrucción del patrimonio en el Centro Histórico de Lima, ponerle límites al negocio y sus intereses cortoplacistas e impulsar políticas de patrimonio articulando Cultura y Desarrollo.
Jirón de la Unión, vía transitada por miles de peruanos día a día, valioso entorno urbano del cual es parte el Paláis Concert, luce asfixiada por el comercio. Por décadas la política cultural de gobiernos sucesivos ha sido dejar en manos de la inversión privada el apoyo a la cultura, esto ha dado lugar a un sentido común compartido por muchos ciudadanos, que ven la vorágine consumista como normal y hasta deseable. Sabemos que decir “No a la boutique de Ripley en el Palais Concert”, es una apuesta exigente por un cambio de actitud; de autoridades, funcionarios, empresarios y sectores de ciudadanos, es decir: significa revertir diversas inercias, con hondas raíces.
La diferencia entre “antes” (cuando se permitió que Paláis Concert sea discoteca o zapatería) y “ahora”, es el despertar ciudadano para proteger el Patrimonio, pues, aunque Lima aparenta estar en manos de la indiferencia (ante el consumismo sin límites), no pocas personas somos sensibles a lo que le pasa a la ciudad, y a las historias encarnadas en su hermoso patrimonio.
Problemas conocidos y reiteradamente denunciados (huacas desprotegidas, invadidas, destruidas, mutiladas, casonas abandonadas o tugurizadas y en riesgo de desplome, constructoras que destruyen edificios de valor monumental, etc.), exigen un punto de quiebre, nuestro patrimonio se defiende, se protege, se conserva, se valora, y esto nos involucra a tod@s.
L@s convocamos a sumarse a la campaña “No a la boutique de Ripley en el Palais Concert”. Como un paso en el camino de construir una realidad distinta, en la que tod@s juntos, cuidamos, protegemos y promocionamos nuestra ciudad. Ciudad en la que el Paláis Concert sea memoria viva, sumada a otros múltiples espacios representativos de nuestra diversidad creativa, convertidos en lugares para el reencuentro de los peruanos con sus múltiples voces, memorias e historias.
“No a la boutique de Ripley en el Palais Concert” significa, entonces, sumar voluntades para exigir a las autoridades que detengan este atentado contra la cultura, y que pongan en el centro de la agenda a las Políticas Culturales y de Patrimonio.
Con tu firma de adhesión a esta Carta, hagamos visible cuánt@s nos interesa esto. Envíanos tu nombre, apellido y DNI al correo:
salvemoselpalaisconcert@gmail.com
¡Muchas gracias!
Red del Patrimonio Cultural, Centro Cultural El Averno, Arbolaridad Memoria Cultura Futuro, Foro Patrimonio Vivo.
Diciembre del 2011
Diciembre del 2011
TEA
Tu sonrisa traviesa
... se miró en el plaqué
de la tetera obesa
y en la taza de té.
La música vienesa
aletargó el Palais.
Rimé de sobremesa
un verso sin por qué.
Soñé la tontería
de una galantería
bella y sentimental.
Te busqué en su espejo
y un milagro complejo
me hizo sentirte dual.
(1916)
Abraham Valdelomar - Obra Poética Completa
http://es.scribd.com/doc/18105100/Abraham-Valdelomar-Obra-Poetica-Completa
Texto redactado por los promotores de la campaña “Salvemos el Palais Concert”
El Palais Concert fue la gran confitería que hacía falta en la Lima de la belle époque —que nuevamente hace falta ahora—, aquel lugar erigido a la altura del “Café de la Paix” en París o a la confitería del Molino en Buenos Aires; y cuyo anhelo se concretó en 1913 en la esquina de las antiguas calles Baquíjano y Minería (actualmente Jirón de La Unión con Emancipación) sobre el imponente edificio construido por dos arquitectos italianos, los hermanos Másperi, en “Estilo floral” (“style floreale”), ejemplo representativo de una vertiente del “Art Noveau”, y que pertenecía a la familia Barragán —y qué ironía, estamos a puertas de su centenario. “…luciente de mamparas, escaparates, espejos, lámparas, música y sabroso olor a chocolate, vainilla, jengibre, canela, café y gin…” […] Contaba con dos salas para el público, más la confitería y el bar. En la sala grande había unas ochenta mesas de metal, con cuatro sillas de mimbre, en la sala menor, unas 20 mesas. Las paredes eran de espejos según la más acrisolada tradición art nouveau”. [Sánchez, 1987: 169] —Este monumento hoy en día es único en nuestro país.
“Allí se encontraron para lanzarse a la reconquista del espíritu del Perú, los futuros “colónidas”, los niños góticos, la crema juvenil, formada en San Marcos, Guadalupe, La Recoleta, los jesuitas y… el fumadero del chino Aurelio, en la calle Hoyos”[Sánchez, 1987: 168] “La intelectualidad limeña frecuentaba el Palais Concert” [Valcárcel, 1981: 163].
Por las mañanas, a partir de las once, se reunían en una de las puertas de la confitería una serie de personalidades que Luis Alberto Sánchez recuerda de la siguiente manera: “los de más apretado talle y mayor solvencia económica (Leguía, Heros, Arróspide, Catter, Álvarez Calderón); los escritores (Valdelomar, Del Valle, [Alfredo] González Prada, Silva Vidal, Mariátegui, [Luis] Góngora); los aficionados a los usos de los literatos (Trou, Bellido, Herbet); los adictos a las drogas y hasta algún sospechoso de homosexualismo; los alcohólicos; los sencillamente bohemios y amantes de la vida. Grupo alterno, abigarrado, heterogéneo, pero entusiasta, vivaracho, esteticista y admirador de don Manuel González Prada, de Oscar Wilde y sucedáneamente, de Verlaine, Lorrain, Valle Inclán, Chocano, y por convicción de época, de José María Eguren”. [Sánchez, 1987: 170]
Por la tarde, a las seis, el grupo volvía acrecentado a un Palais Concert entre té inglés y café de Chanchamayo. “A la puerta de la cantina montaban guardia Meza, Ureta y, desde 1918 hasta 1923, César Vallejo” […] Esparcidos en diversas mesas, los “góticos” y “colónidas” se entretenían en discusiones bizantinas y en escribir con toda publicidad sus artículos para la prensa”. [Sánchez, 1987: 171].
César Vallejo cuenta en una carta a sus amigos de Trujillo una de las noches de bohemia limeña: “Anoche comimos juntos Valdelomar, Gamboa y su hermano. Después de endilgarnos numerosas biblias en el Palais Concert, nos pusimos chispos y así pasamos la noche. Les recordamos a ustedes cada instante […] Valdelomar se sonreía al vernos emocionados y vibrantes. Después…hacia la playa de la Magdalena en auto y a 75 de velocidad”. [Vallejo, 1982: 28]
José Carlos Mariátegui cuenta en sus Escritos juveniles el siguiente recuerdo: “Una tarde, en el Palais Concert, Valdelomar me dijo: “Mariátegui, a la leve y fina libélula, motejan aquí de chupajeringa”. Yo tan decadente como él entonces, lo excité a reivindicar los nobles y ofendidos fueros de la libélula. Valdelomar pidió al mozo unas cuartillas. Y escribió sobre una mesa del café melifluamente rumoroso uno de sus “diálogos máximos”. Su humorismo era así, inocente, infantil, lírico […]. [Mariátegui, 1987: 340]
“Entre 1911, año de publicación de Simbólicas de José María Eguren, y 1922, año de la publicación de Trilce de César Vallejo, la vida cultural y literaria peruana atravesó por un momento singular en el proceso de modernización” [Bernabé, 2006: 14], y que fue dando forma a la vanguardia.
“Son los años de la rebelión colónida en los que por primera vez desde lo literario, entre la frivolidad de la pose y la seriedad de los planteamientos estéticos, un grupo de intelectuales cuestiona [el orden establecido] […]. [Bernabé, 2006: 88] Por primera vez […] existe un grupo de artistas y escritores que hacen la política correspondiente a su propia esfera, legitiman la especificidad de sus espacios y, desde allí, interpelan a los hombres de la política y a las políticas de Estado. Y todo esto sin salir de las espejadas paredes del Palais Concert”. [Bernabé, 2006: 88]
La revista Colónida fue una revista literaria fundada en 1916 por Abraham Valdelomar y los jóvenes bohemios que se movieron en torno al Palais Concert y al influjo de las diferentes corrientes europeas en una época que se debatía entre el decadentismo y la revolución. Su obra breve pero intensa consiste en la publicación de los cuatro números de la revista y de Las voces múltiples, una antología que incluía poemas de los ocho miembros que formaban en grupo. Por aquel entonces, libros como El placer de Gabrielle d`Annunzio (1889) y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde (1981) ejercían profundo magisterio tanto en la tertulia como en la producción literaria personal.
Fue así que, “la revista se [alzó] como sustento de las nuevas formas de construcción de lo literario en la ciudad de Lima a principios del siglo XX. Se trataba de luchar firmemente por la autonomía literaria…lo que Colónida viene a jaquear son los modos y los ámbitos en que se decidían las consagraciones literarias en la ciudad letrada limeña [Bernabé, 2006: 150], descubridores de un mundo nuevo, los jóvenes de Colónida fundan, con gesto aristocrático, una nueva nobleza, ya no de casta o de poder, sino de talento e inteligencia. Los integrantes de Colónida y la bohemia del Palais Concert practican una irreverencia que les permite conformar una vanguardia singular”. [Bernabé, 2006: 153]
De Valdelomar, “su célebre frase que reduce el Perú a Lima, Lima al Jirón de la Unión, y éste al Palais Concert es evidentemente irónica, pero a la vez no deja de apuntar a la importancia que tuvo ganar el centro de la actividad cultural a partir de esos años”. [Cornejo Polar, 1989: 32]
El Palais Concert cerró sus puertas en 1930, y parece que desde la fecha nadie —salvo honrosas excepciones que fracasaron por falta de dinero— las quiere abrir de una manera digna. El edificio pasó en manos de diferentes propietarios, fue declarado patrimonio en 1972, y no obstante a ello poco o nada se ha hecho para revalorarlo.
En los últimos 20 años el Palais Concert [Palacio de los conciertos] pasó a ser sede de los más variopintos y nefastos negocios que se nos puedan imaginar para un edificio de tal envergadura: una pollería, un casino, una discoteca, una zapatería, etc. Todo ellos ante el abandono y descuido de sus propietarios y de nuestras autoridades, y ante el silencio cómplice de sus ciudadanos —aunque esto último se acabo.
El Palais Concert es una construcción que conserva entre sus paredes gran parte de la historia política, cultural, y literaria de nuestro país, y además constituye un valor fundamental para la historia de la arquitectura de lima, por estos y muchos otros motivos es un edificio de gran utilidad pública que debería ser devuelta a la ciudad para verlo convertido en paradero obligatorio para el turismo cultural de Lima, ¿Y por qué no? Disfrutar de una galería de arte en el sótano; de una heladería, confitería, librería y un auditorio en el primer piso; de un café cultural, una biblioteca, o un archivo fotográfico en el segundo piso; de talleres de enseñanza artística en el tercer piso; o de un espacio de descanso y mirador acompañado con presentaciones artísticas en la azotea y altos; es decir, un gran palacio donde se respire arte y cultura, entre otros suculentos aromas, como una alternativa diferente entre la congestión, el apuro, el bullicio, el comercio y el individualismo del jirón de la Unión.
El Palais Concert fue la gran confitería que hacía falta en la Lima de la belle époque —que nuevamente hace falta ahora—, aquel lugar erigido a la altura del “Café de la Paix” en París o a la confitería del Molino en Buenos Aires; y cuyo anhelo se concretó en 1913 en la esquina de las antiguas calles Baquíjano y Minería (actualmente Jirón de La Unión con Emancipación) sobre el imponente edificio construido por dos arquitectos italianos, los hermanos Másperi, en “Estilo floral” (“style floreale”), ejemplo representativo de una vertiente del “Art Noveau”, y que pertenecía a la familia Barragán —y qué ironía, estamos a puertas de su centenario. “…luciente de mamparas, escaparates, espejos, lámparas, música y sabroso olor a chocolate, vainilla, jengibre, canela, café y gin…” […] Contaba con dos salas para el público, más la confitería y el bar. En la sala grande había unas ochenta mesas de metal, con cuatro sillas de mimbre, en la sala menor, unas 20 mesas. Las paredes eran de espejos según la más acrisolada tradición art nouveau”. [Sánchez, 1987: 169] —Este monumento hoy en día es único en nuestro país.
“Allí se encontraron para lanzarse a la reconquista del espíritu del Perú, los futuros “colónidas”, los niños góticos, la crema juvenil, formada en San Marcos, Guadalupe, La Recoleta, los jesuitas y… el fumadero del chino Aurelio, en la calle Hoyos”[Sánchez, 1987: 168] “La intelectualidad limeña frecuentaba el Palais Concert” [Valcárcel, 1981: 163].
Por las mañanas, a partir de las once, se reunían en una de las puertas de la confitería una serie de personalidades que Luis Alberto Sánchez recuerda de la siguiente manera: “los de más apretado talle y mayor solvencia económica (Leguía, Heros, Arróspide, Catter, Álvarez Calderón); los escritores (Valdelomar, Del Valle, [Alfredo] González Prada, Silva Vidal, Mariátegui, [Luis] Góngora); los aficionados a los usos de los literatos (Trou, Bellido, Herbet); los adictos a las drogas y hasta algún sospechoso de homosexualismo; los alcohólicos; los sencillamente bohemios y amantes de la vida. Grupo alterno, abigarrado, heterogéneo, pero entusiasta, vivaracho, esteticista y admirador de don Manuel González Prada, de Oscar Wilde y sucedáneamente, de Verlaine, Lorrain, Valle Inclán, Chocano, y por convicción de época, de José María Eguren”. [Sánchez, 1987: 170]
Por la tarde, a las seis, el grupo volvía acrecentado a un Palais Concert entre té inglés y café de Chanchamayo. “A la puerta de la cantina montaban guardia Meza, Ureta y, desde 1918 hasta 1923, César Vallejo” […] Esparcidos en diversas mesas, los “góticos” y “colónidas” se entretenían en discusiones bizantinas y en escribir con toda publicidad sus artículos para la prensa”. [Sánchez, 1987: 171].
César Vallejo cuenta en una carta a sus amigos de Trujillo una de las noches de bohemia limeña: “Anoche comimos juntos Valdelomar, Gamboa y su hermano. Después de endilgarnos numerosas biblias en el Palais Concert, nos pusimos chispos y así pasamos la noche. Les recordamos a ustedes cada instante […] Valdelomar se sonreía al vernos emocionados y vibrantes. Después…hacia la playa de la Magdalena en auto y a 75 de velocidad”. [Vallejo, 1982: 28]
José Carlos Mariátegui cuenta en sus Escritos juveniles el siguiente recuerdo: “Una tarde, en el Palais Concert, Valdelomar me dijo: “Mariátegui, a la leve y fina libélula, motejan aquí de chupajeringa”. Yo tan decadente como él entonces, lo excité a reivindicar los nobles y ofendidos fueros de la libélula. Valdelomar pidió al mozo unas cuartillas. Y escribió sobre una mesa del café melifluamente rumoroso uno de sus “diálogos máximos”. Su humorismo era así, inocente, infantil, lírico […]. [Mariátegui, 1987: 340]
“Entre 1911, año de publicación de Simbólicas de José María Eguren, y 1922, año de la publicación de Trilce de César Vallejo, la vida cultural y literaria peruana atravesó por un momento singular en el proceso de modernización” [Bernabé, 2006: 14], y que fue dando forma a la vanguardia.
“Son los años de la rebelión colónida en los que por primera vez desde lo literario, entre la frivolidad de la pose y la seriedad de los planteamientos estéticos, un grupo de intelectuales cuestiona [el orden establecido] […]. [Bernabé, 2006: 88] Por primera vez […] existe un grupo de artistas y escritores que hacen la política correspondiente a su propia esfera, legitiman la especificidad de sus espacios y, desde allí, interpelan a los hombres de la política y a las políticas de Estado. Y todo esto sin salir de las espejadas paredes del Palais Concert”. [Bernabé, 2006: 88]
La revista Colónida fue una revista literaria fundada en 1916 por Abraham Valdelomar y los jóvenes bohemios que se movieron en torno al Palais Concert y al influjo de las diferentes corrientes europeas en una época que se debatía entre el decadentismo y la revolución. Su obra breve pero intensa consiste en la publicación de los cuatro números de la revista y de Las voces múltiples, una antología que incluía poemas de los ocho miembros que formaban en grupo. Por aquel entonces, libros como El placer de Gabrielle d`Annunzio (1889) y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde (1981) ejercían profundo magisterio tanto en la tertulia como en la producción literaria personal.
Fue así que, “la revista se [alzó] como sustento de las nuevas formas de construcción de lo literario en la ciudad de Lima a principios del siglo XX. Se trataba de luchar firmemente por la autonomía literaria…lo que Colónida viene a jaquear son los modos y los ámbitos en que se decidían las consagraciones literarias en la ciudad letrada limeña [Bernabé, 2006: 150], descubridores de un mundo nuevo, los jóvenes de Colónida fundan, con gesto aristocrático, una nueva nobleza, ya no de casta o de poder, sino de talento e inteligencia. Los integrantes de Colónida y la bohemia del Palais Concert practican una irreverencia que les permite conformar una vanguardia singular”. [Bernabé, 2006: 153]
De Valdelomar, “su célebre frase que reduce el Perú a Lima, Lima al Jirón de la Unión, y éste al Palais Concert es evidentemente irónica, pero a la vez no deja de apuntar a la importancia que tuvo ganar el centro de la actividad cultural a partir de esos años”. [Cornejo Polar, 1989: 32]
El Palais Concert cerró sus puertas en 1930, y parece que desde la fecha nadie —salvo honrosas excepciones que fracasaron por falta de dinero— las quiere abrir de una manera digna. El edificio pasó en manos de diferentes propietarios, fue declarado patrimonio en 1972, y no obstante a ello poco o nada se ha hecho para revalorarlo.
En los últimos 20 años el Palais Concert [Palacio de los conciertos] pasó a ser sede de los más variopintos y nefastos negocios que se nos puedan imaginar para un edificio de tal envergadura: una pollería, un casino, una discoteca, una zapatería, etc. Todo ellos ante el abandono y descuido de sus propietarios y de nuestras autoridades, y ante el silencio cómplice de sus ciudadanos —aunque esto último se acabo.
El Palais Concert es una construcción que conserva entre sus paredes gran parte de la historia política, cultural, y literaria de nuestro país, y además constituye un valor fundamental para la historia de la arquitectura de lima, por estos y muchos otros motivos es un edificio de gran utilidad pública que debería ser devuelta a la ciudad para verlo convertido en paradero obligatorio para el turismo cultural de Lima, ¿Y por qué no? Disfrutar de una galería de arte en el sótano; de una heladería, confitería, librería y un auditorio en el primer piso; de un café cultural, una biblioteca, o un archivo fotográfico en el segundo piso; de talleres de enseñanza artística en el tercer piso; o de un espacio de descanso y mirador acompañado con presentaciones artísticas en la azotea y altos; es decir, un gran palacio donde se respire arte y cultura, entre otros suculentos aromas, como una alternativa diferente entre la congestión, el apuro, el bullicio, el comercio y el individualismo del jirón de la Unión.
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