domingo, 31 de enero de 2010

¿QUE ES CULTURA? (III)


La cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. UNESCO, 2001

Al inicio de esta serie de escritos sobre ¿Qué es cultura? decía que, como país, carecemos de una noción de cultura compartida que nos permita producir e interpretar acontecimientos y hechos de la misma manera. Además, he expuesto mi visión critica sobre una noción de cultura reduccionista, que solo incluye al mundo de lo letrado y las bellas artes o al patrimonio desde una visión historicista. En "Etimología y evolución del término cultura" señalaba que en la evolución del término cultura en el tiempo y con el aporte de la antropología cultural, ahora tenemos una noción relativista de lo que es cultura, esto significa reconocer que no hay culturas superiores ni culturas inferiores. Ahora, la definición de cultura de la UNESCO es una valiosa puerta de acceso a una visión de cultura inclusiva de la diversidad, esa diversidad que es el patrimonio común de la humanidad.


La cultura es un TODO complejo donde cada una de sus partes esta interrelacionada.


Ademàs de las artes y letras la cultura abarca: los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y creencias.



¿Puede existir una sola manera de vivir juntos? He querido hacer una búsqueda de algunas expresiones culturales: el Bon Odori, fiesta tradicional budista de los farolillos para honrar a los antepasados; el Ojigi, la reverencia para saludar, agradecer o mostrar humildad y respeto; nuestro “shake-hands”, al cerrar un negocio; la fiesta de la cerveza: el Oktoberfest; el Día de Muertos y la calaveras de azúcar mejicanas que coincide con la celebración católica de Todos los Santos; los Mara, la pandilla como una forma de vida; la familia real de Holanda o una familia amazónica; los Emo, vestidos de negro, con sus ojos maquillados, los flequillos en el ojo y la mirada triste; los Floggers , la subida de fotos a Internet en búsqueda de la popularidad; las Geishas, como profesionales del entretenimiento; el Candomblé y el culto de los orixás de la bahianas; el Michin, pez rojo en náhuatl, parte de un desfile de Alebrijes monumentales en México; una boda tradicional en la India y el Mehndi , la piel de la novia ornamentada con henna…

¿Cómo es la manera de vivir juntos de cada cultura? ¿Cuál su modo de vida, cuál su sistema de valores, cómo las tradiciones y creencias se relacionan con todo lo anterior? El breve listado presentado es un ejemplo de la inmensa riqueza cultural en su diversidad y de las visiones de mundo que involucran.

La afirmación "no hay culturas superiores ni inferiores" nos exige estar atentos a nuestra tendencia etnocentrista de universalizar a partir de lo propio. Nos exige, partiendo de la humildad, aprender a flexibilizar nuestro propio punto de vista sin caer en el "todo vale"..., y para esto último debemos reconocer que, para opinar sobre una cultura distinta a la propia, primero tenemos que conocerla; informarnos primero antes de opinar, así de simple.

Pinky:- Cerebro, ¿qué vamos a hacer esta noche?

Cerebro:-Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinky. ¡Tratar de conquistar el mundo!


SOBRE LAS ANGUSTIAS UNIVERSALISTAS

La angustia de Vargas Llosa (expresada en su "Breve discurso sobre la cultura") al respecto de que, en relaciòn a la idea de cultura, existe el peligro de no poder distinguir aquello relevante o importante de lo “vulgar”, parte, en principio de un error, sino soberbia, etnocentrista. Dice él: “A lo largo de la historia, la noción de cultura ha tenido distintos significados y matices en Grecia, en Roma, en el Renacimiento y en la Ilustración… a pesar de variantes y hasta nuestra época, cultura siempre significó: reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber. La cultura estableció siempre rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidas de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".

El pensamiento simplista vargasllosiano es evidente, y particularmente a mi me resulta tedioso desarrollar ideas alrededor de algo tan evidentemente autocentrado y arbitrario… A ver: ya, lo de siempre, Grecia-Roma-Renacimiento-Ilustración… Y China o Japón o ¿nosotros?… (Hagan su propia lista de las culturas excluidas) Esta afirmación que linda con la filosofía de Pinki y Cerebro (dominar el mundo): “para todo el mundo regia el mismo sistema de valores”… es decir, el suyo.

Debo decirlo, un escritor de éxito que lo es porque usufructúa su distinción a partir de que se le reconoce el merito particular de ser expresión sobresaliente del mundo de lo letrado… Para mantener esa distinción debe existir una separación categórica con lo inferior y vulgar, determinado por él mismo, y, claro, por el sistema de valores al que pertenece…


Entonces, estar atentos: ¡la imposición de un canon arguyendo que es superior/mejor es mera expresión de incapacidad de descentrarse!, de reconocer como igual al diferente. Y, cierto, una idea clave es conocer antes de opinar pero, además, juzgar lo diferente haciendo el esfuerzo de la empatía, de ponerse en el lugar del otro, que no es otra cosa que algo ya mencionado: para juzgar a una cultura hay que hacerlo desde su propio sistema de valores.

¿Debemos respetar a los maras o a una cultura de la pandilla? ¿Todo vale?

La respuesta a esto será otra entrega, mientras revisen algo sobre el sentido negativo del relativismo cultural.
Pueden darle también una lectura al Informe sobre Desarrollo Humano 2004: “La libertad cultural en el mundo diverso de hoy”.


Herbert Rodrìguez

miércoles, 27 de enero de 2010

Etimología y evolución del término “cultura”, un poco de bibliografía


El término cultura proviene del latín cultus que inicialmente significaba cultivar.


En "¿Qué es cultura?" (II) anoté los siguentes sentidos comunes sobre "cultura": la idea de cultura como educación, como privilegio de una élite y la cultura como patrimonio histórico.

A ver serian, entonces, los "bien educados" y de ahí la broma de Mario Moreno Cantinflas, quien, ante una falla de urbanidad exclamaba: ¡qué falta de agricultura!, va una idea. Luego, el sentido común de cultura como privilegio de una minoría culta, que lo es porque se apropia de los productos culturales más sofisticados, aquellos que son parte de la cartelera cultural: las obras de teatro que presenta el Británico, una exposición de pintura de Tola, la novela y poesìa, etc., ¿Cuántos siguen esta cartelera cultural y, además de seguirla como espectadores, también son o artistas o intelectuales creadores?... eso, solo M. V. Ll. y sus amigos. La última idea que anotaba como sentido común era la que lo asociaba a productos culturales valiosos para una nación: el patrimonio histórico… como digo Machu Picchu y demás similares: nada que ver con reconocer valor al arte actual de los pueblos originarios, estos son ninguneados por la institucionalidad artística; el pasado vale, el presente no.

En el texto extraído de un diccionario de filosofía se puede apreciar el recorrido de la noción de cultura en el tiempo y creo que un lector atento podrá llegar a la misma conclusión que yo llegué cuando leí el texto: los tres sentidos comunes mencionados son un sedimento que queda en el imaginario colectivo de ideas de cultura que tuvieron en algún momento vigencia. Tan claro y evidente es esto que el recorrido de la evolución del término cultura acaba con un noción relativista, si ¡no hay culturas superiores ni culturas inferiores!.

Cultus significaba, también, el estado de un campo cultivado.


El sustantivo cultus adquirió el significado de cuidado al relacionarse con el constante esfuerzo que precisa el cultivo de un campo. Y pasó a significar culto en el sentido religioso (por el cuidado o culto constante de los dioses realizado por los sacerdotes).



Por otra parte, pasó a considerarse culto todo ser humano que cultivase su espíritu. El hombre inculto sería como un campo sin cultivar, mientras que el hombre culto sería aquél que tendría cuidado de su espíritu.



A ello se añade la dimensión social de la cultura, que cristaliza en la noción de «bienes culturales» o de «cultura material», y que presupone una acción colectiva, es decir, la colaboración de muchos en la comunidad humana.



Etimología y evolución del término «cultura»

El término cultura proviene del latín cultus, forma de supino del verbo colere, que inicialmente significaba «cultivar». Así, los términos agricultura, piscicultura, o viticultura, por ejemplo, significan cultivo del campo, cultivo de peces o cultivo de la vid. A su vez, cultus significaba el estado de un campo cultivado. En tanto que el cultivo de un campo precisa de un constante esfuerzo, el sustantivo cultus adquirió, por una parte, el significado de «cuidado» y pasó a significar «culto» en el sentido religioso (por el «cuidado» o «culto» constante de los dioses realizado por los sacerdotes) y, por otra parte, pasó a considerarse «culto» todo ser humano que «cultivase» su espíritu. En este segundo sentido, se seguía la metáfora, ya existente en la Grecia de la época sofista, consistente en considerar el espíritu como un campo. El hombre «inculto» sería, pues, como un campo sin cultivar, mientras que el hombre «culto» sería aquél que tendría cuidado de su espíritu. En este sentido, el término cultura se entiende aplicado al ámbito del individuo, y en este ámbito mantiene una cierta relación con el término griego paideia. A partir de los siglos XVII y XVIII el término se amplía, entendiéndose por cultura aquello que el hombre añade a la naturaleza, sea en sí mismo (cultivo de su espíritu), sea en otros objetos, tales como utensilios, herramientas, procesos técnicos, etc., (de donde surge la idea de «bienes culturales» o de «cultura material»), de manera que la cultura se entiende como la intervención consciente del hombre frente a la naturaleza. Esta ampliación se efectúa, especialmente, durante la Ilustración y Kant la define como «la producción en un ser racional de la capacidad de escoger sus propios fines» (Crítica del juicio, § 83), en el sentido de otorgar «fines superiores a los que puede proporcionar la naturaleza misma». Por otra parte, en cuanto que la posibilidad de la cultura presupone un cierto otium y exige la cobertura de las necesidades vitales más elementales, en ciertos ámbitos, la noción de «cultura» pasó a ser sinónimo de actividad propia de las clases sociales adineradas: lectura de libros «cultos», audiciones musicales, actividades artísticas, etc. Finalmente, en Alemania el término Kultur adopta el carácter de acentuación de las características, particularidades y virtudes de una nación, lo que emparenta esta noción con la de tradición (que procede del latín tradere, transmisión, y que recalca la necesidad de transmisión para que pueda existir la cultura), mientras que en Francia y Gran Bretaña se prefería, en este sentido, el término «civilización». Así, pues, repasando la evolución de este término podemos ver distintos estadios del mismo: 1) inicialmente se entendía como el cultivo del espíritu en un sentido individual; 2) posteriormente, especialmente a partir del s. XVII, se confronta la cultura con la natura (la noción antigua de cultura como cultivo del espíritu no tiene por qué contraponer cultura a naturaleza) y se añade el aspecto de actividad consciente, con lo que el término cultura se asocia solamente a la actividad humana; 3) a ello se añade la dimensión social de la cultura, que cristaliza en la noción de «bienes culturales» o de «cultura material», y que presupone una acción colectiva, es decir, la colaboración de muchos en la comunidad humana; 4) por último se asocia, aún de manera elitista, a una situación social privilegiada. Además, se crea la confrontación con el término civilización y se relaciona con el término tradición. 5) Todo ello queda superado por la noción actual de cultura tal como ha sido formulada, en general, desde la antropología y, en especial, desde la antropología cultural.

Definiciones de cultura desde al ámbito de la antropología cultural
Fue Edward Burnett Tylor (1833-1917) quien dio, en 1871, una primera definición de «cultura» que puede considerarse como clásica: cultura es «toda esa compleja totalidad que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, hábitos y capacidades cualesquiera adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad». De esta manera, la cultura se refiere a todos los conocimientos, capacidades, hábitos y técnicas adquiridos o heredados socialmente, es decir, no heredados biológicamente. Esta definición, más bien descriptiva, hecha desde la perspectiva de una teoría evolucionista, considera cultura todo aquello que es producido en sociedad, y tiende a considerar la cultura como un todo continuo, consideración en la que le sigue Leslie White. En general, todos los antropólogos aceptaron esta definición de cultura.

Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

lunes, 25 de enero de 2010

DEBATE ALREDEDOR DE LA IDEA DE CULTURA

La (C)ultura

BREVE DISCURSO SOBRE LA CULTURA

Por Mario VARGAS LLOSA


Excelentísimo y Magnífico señor Rector
Ilustrísimas autoridades
Señores miembros de la Comunidad Universitaria
Señoras y señores
Queridos amigos

Me siento muy agradecido a la Universidad de Granada por honrarme concediéndome este doctorado honoris causa, y, muy especialmente, a mi querido amigo D. Blas Gil Extremera, quien, creo, ha sido el instigador principal de esta conspiración fraterna de la que soy beneficiario. Sé muy bien que ser incorporado, de manera simbólica, al claustro de profesores de esta institución es tanto un reconocimiento como un mandato de rigor y honestidad. Ni qué decir qué haré cuanto esté a mi alcance para no defraudarlos. A lo largo de la historia, la noción de cultura ha tenido distintos significados y matices. Durante muchos siglos fue un concepto inseparable de la religión y del conocimiento teológico, en Grecia estuvo marcado por la filosofía y en Roma por el Derecho, en tanto que en el Renacimiento lo impregnaban sobre todo la literatura y las artes. En épocas más recientes como la Ilustración fueron la ciencia y los grandes descubrimientos científicos los que dieron el sesgo principal a la idea de cultura. Pero, a pesar de esas variantes y hasta nuestra época, cultura siempre significó una suma de factores y disciplinas que, según un amplio consenso social, la constituían y ella implicaba: la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber. La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidas de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse. En nuestro tiempo todo aquello ha cambiado. La noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado. Se volvió un fantasma inaprensible, multitudinario y traslativo. Porque ya nadie es culto si todos creen serlo o si el contenido de lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que todos puedan justificadamente creer que lo son. La más remota señal de este proceso de progresivo empastelamiento y confusión de lo que representa una cultura la dieron los antropólogos, inspirados, con la mejor buena fe del mundo, en una voluntad de respeto y comprensión de las sociedades más primitivas que estudiaban. Ellos establecieron que cultura era la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora. Esta definición no se limitaba a establecer un método para explorar la especificidad de un conglomeradohumano en relación con los demás. Quería también, de entrada, abjurar del etnocentrismo prejuicioso y racista del que Occidente nunca se ha cansado de acusarse. El propósito no podía ser más generoso, pero, ya sabemos, por el famoso dicho, que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Porque una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración ya que, sin duda, en todas hay aportes positivos a la civilización humana, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen. Y es esto último lo que asombrosamente ha llegado a ocurrir en razón de un prejuicio monumental suscitado por el deseo bienhechor de abolir de una vez y para siempre todos los prejuicios en materia de cultura. La corrección política ha terminado por convencernos de que es arrogante, dogmático, colonialista y hasta racista hablar de culturas superiores e inferiores y hasta de culturas modernas y primitivas. Según esta arcangélica concepción, todas las culturas, a su modo y en su circunstancia, son iguales, expresiones equivalentes de la maravillosa diversidad humana. Si etnólogos y antropólogos establecieron esta igualación horizontal de las culturas, diluyendo hasta la invisibilidad la acepción clásica del vocablo, los sociólogos por su parte –o, mejor dicho, los sociólogos empeñados en hacer crítica literaria- han llevado a cabo una revolución semántica parecida, incorporando a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular, una forma de cultura menos refinada, artificiosa y pretenciosa que la otra, pero mucho más libre, genuina, crítica, representativa y audaz. Diré inmediatamente que en este proceso de socavamiento de la idea tradicional de cultura han surgido libros tan sugestivos y brillantes como el que Mijail Bajtín dedicó a “La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais” en el que contrasta, con sutiles razonamientos y sabrosos ejemplos, lo que llama “cultura popular”, que, según el crítico ruso, es una suerte de contrapunto a la cultura oficial y aristocrática, la que se conserva y brota en los salones, palacios, conventos y bibliotecas, en tanto que la popular nace y vive en la calle, la taberna, la fiesta, el carnaval y en la que aquella es satirizada con réplicas que, por ejemplo, desnudan y exageran lo que la cultura oficial oculta y censura como el “abajo humano”, es decir, el sexo, las funciones excrementales, la grosería y oponen el rijoso “mal gusto” al supuesto “buen gusto” de las clases dominantes. No hay que confundir la clasificación hecha por Bajtín y otros críticos literarios de estirpe sociológica –cultura oficial y cultura popular- con aquella división que desde hace mucho existe en el mundo anglosajón, entre la “high brow culture” y la “low brow culture”: la cultura de la ceja levantada y la de la ceja alicaída. Pues en este último caso estamos siempre dentro de la acepción clásica de la cultura y lo que distingue a una de otra es el grado de facilidad o dificultad que ofrece al lector, oyente, espectador y simple cultor el hecho cultural. Un poeta como T. S. Eliot y un novelista como James Joyce pertenecen a la cultura de la ceja levantada en tanto que los cuentos y novelas de Ernest Heminway o los poemas de Walt Whitman a la de la ceja alicaída pues resultan accesibles a los lectores comunes y corrientes. En ambos casos estamos siempre dentro del dominio de la literatura a secas, sin adjetivos. Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo mucho más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado largamente por su vitalidad, humorismo, y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas. De este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos. Hoy ya nadie es inculto o, mejor dicho, todos somos cultos. Basta abrir un periódico o una revista para encontrar, en los artículos de comentaristas y gacetilleros, innumerables referencias a la miríada de manifestaciones de esa cultura universal de la que somos todos poseedores, como por ejemplo “la cultura de la pedofilia”, “la cultura de la marihuana”, “la cultura punqui”, “la cultura de la estética nazi” y cosas por el estilo. Ahora todos somos cultos de alguna manera, aunque no hayamos leído nunca un libro, ni visitado una exposición de pintura, escuchado un concierto, ni aprendido algunas nociones básicas de los conocimientos humanísticos, científicos y tecnológicos del mundo en que vivimos. Queríamos acabar con las élites, que nos repugnaban moralmente por el retintín privilegiado, despectivo y discriminatorio con que su solo nombre resonaba ante nuestros ideales igualitaristas y, a lo largo del tiempo, desde distintas trincheras, fuimos impugnando y deshaciendo a ese cuerpo exclusivo de pedantes que se creían superiores y se jactaban de monopolizar el saber, los valores morales, la elegancia espiritual y el buen gusto. Pero lo que hemos conseguido es una victoria pírrica, un remedio que resultó peor que la enfermedad: vivir en la confusión de un mundo en el que, paradójicamente, como ya no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es. Sin embargo, se me objetará, nunca en la historia ha habido un cúmulo tan grande de descubrimientos científicos, realizaciones tecnológicas, ni se han editado tantos libros, abierto tantos museos ni pagado precios tan vertiginosos por las obras de artistas antiguos y modernos. ¿Cómo se puede hablar de un mundo sin cultura en una época en que las naves espaciales construidas por el hombre han llegado a las estrellas y el porcentaje de analfabetos es el más bajo de todo el acontecer humano? Sí, todo ese progreso es cierto, pero no es obra de mujeres y hombres cultos sino de especialistas. Y entre la cultura y la especialización hay tanta distancia como entre el hombre de CroMagnon y los sibaritas neurasténicos de Marcel Proust. De otro lado, aunque haya hoy muchos más alfabetizados que en el pasado, este es un asunto cuantitativo y la cultura no tiene mucho que ver con la cantidad, sólo con la cualidad. Es decir, hablamos de cosas distintas. A la extraordinaria especialización a que han llegado las ciencias se debe, sin la menor duda, que hayamos conseguido reunir en el mundo de hoy un arsenal de armas de destrucción masiva con el que podríamos desaparecer varias veces el planeta en que vivimos y contaminar de muerte los espacios adyacentes. Se trata de una hazaña científica y tecnológica, sin lugar a dudas y, al mismo tiempo, una manifestación flagrante de barbarie, es decir, un hecho eminentemente anticultural si la cultura es, como creía T. S. Eliot, “todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido”. La cultura es –o era, cuando existía- un denominador común, algo que mantenía viva la comunicación entre gentes muy diversas a las que el avance de los conocimientos obligaba a especializarse, es decir, a irse distanciando e incomunicando entre sí. Era, así mismo, una brújula, una guía que permitía a los seres humanos orientarse en la espesa maraña de los conocimientos sin perder la dirección y teniendo más o menos claro, en su incesante trayectoria, las prelaciones, lo que es importante de lo que no lo es, el camino principal y las desviaciones inútiles. Nadie puede saber todo de todo –ni antes ni ahora aquello fue posible-, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los valores estéticos. En la era de la especialización y el derrumbe de la cultura las jerarquías han desaparecido en una amorfa mezcolanza en la que, según el embrollo que iguala a las innumerables formas de vida bautizadas como culturas, todas las ciencias y las técnicas se justifican y equivalen, y no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es. Incluso hablar de este modo resulta ya obsoleto pues la noción misma de belleza está tan desacreditada como la clásica idea de cultura. El especialista ve y va lejos en su dominio particular pero no sabe lo que ocurre a sus costados y no se distrae en averiguar los estropicios que podría causar con sus logros en otros ámbitos de la existencia, ajenos al suyo. Ese ser unidimensional, como lo llamó Marcuse, puede ser, a la vez, un gran especialista y un inculto porque sus conocimientos, en vez de conectarlo con los demás, lo aíslan en una especialidad que es apenas una diminuta celda del vasto dominio del saber. La especialización, que existió desde los albores de la civilización, fue aumentando con el avance de los conocimientos, y lo que mantenía la comunicación social, esos denominadores comunes que son los pegamentos de la urdimbre social, eran las élites, las minorías cultas, que además de tender puentes e intercambios entre las diferentes provincias del saber –las ciencias, las letras, las artes y las técnicas- ejercían una influencia, religiosa o laica, pero siempre cargada de contenido moral, de modo que aquel progreso intelectual y artístico no se apartara demasiado de una cierta finalidad humana, es decir que, a la vez que garantizara mejores oportunidades y condiciones materiales de vida, significara un enriquecimiento moral para la sociedad, con la disminución de la violencia, de la injusticia, la explotación, el hambre, la enfermedad y la ignorancia. En su célebre ensayo, “Notas para la definición de la cultura”, T. S. Eliot sostuvo que no debe identificarse a ésta con el conocimiento –parecía estar hablando para nuestra época más que para la suya porque hace medio siglo el problema no tenía la gravedad que ahora- porque cultura es algo que antecede y sostiene al conocimiento, una actitud espiritual y una cierta sensibilidad que lo orienta y le imprime una funcionalidad precisa, algo así como un designio moral. Como creyente, Eliot encontraba en los valores de la religión cristiana aquel asidero del saber y la conducta humana que llamaba la cultura. Pero no creo que la fe religiosa sea el único sustento posible para que el conocimiento no se vuelva errático y autodestructivo como el que multiplica los polvorines atómicos o contamina de venenos el aire, el suelo y las aguas que nos permiten vivir. Una moral y una filosofía laicas cumplieron, desde los siglos dieciocho y diecinueve, esta función para un amplio sector del mundo occidental. Aunque, es cierto que, para un número tanto o más grande de los seres humanos, resulta evidente que la trascendencia es una necesidad o urgencia vital de la que no pueden desprenderse sin caer en la anomia o la desesperación. Jerarquías en el amplio espectro de los saberes que forman el conocimiento, una moral todo lo comprensiva que requiere la libertad y que permita expresarse a la gran diversidad de lo humano pero firme en su rechazo de todo lo que envilece y degrada la noción básica de humanidad y amenaza la supervivencia de la especie, una élite conformada no por la razón de nacimiento ni el poder económico o político sino por el esfuerzo, el talento y la obra realizada y con autoridad moral para establecer, no demanera rígida sino flexible y renovable, un orden de prelación e importancia de los valores tanto en el espacio propio de las artes como en las ciencias y técnicas: eso fue la cultura en las circunstancias y sociedades más cultas que ha conocido la historia y lo que debería volver a ser si no queremos progresar sin rumbo, a ciegas, como autómatas, hacia nuestra propia desintegración. Sólo de este modo la vida iría siendo cada día más vivible para el mayor número en pos del siempre inalcanzable anhelo de un mundo feliz. Sería equivocado atribuir en este proceso funciones idénticas a las ciencias y a las letras y a las artes. Precisamente por haber olvidado distinguirlas ha surgido la confusión que prevalece en nuestro tiempo en el campo de la cultura. Las ciencias progresan, como las técnicas, aniquilando lo viejo, anticuado y obsoleto, para ellas el pasado es un cementerio, un mundo de cosas muertas y superadas por los nuevos descubrimientos e invenciones. Las letras y las artes se renuevan pero no progresan, ellas no aniquilan su pasado, construyen sobre él, se alimentan de él y a la vez lo alimentan, de modo que a pesar de ser tan distintos y distantes un Velásquez está tan vivo como Picasso y Cervantes sigue siendo tan actual como Borges o Faulkner. Las ideas de especialización y progreso, inseparable de la ciencia, son írritas a las letras y a las artes, lo que no quiere decir, desde luego, que la literatura, la pintura y la música no cambien y evolucionen. Pero no se puede decir de ellas, como de la química y la alquimia, que aquella abole a ésta y la supera. La obra literaria y artística que alcanza cierto grado de excelencia no muere con el paso del tiempo: sigue viviendo y enriqueciendo a las nuevas generaciones y evolucionando con éstas. Por eso, las letras y las artes constituyeron hasta ahora el denominador común de la cultura, el espacio en el que era posible la comunicación entre seres humanos pese a la diferencia de lenguas, tradiciones, creencias y épocas, pues quienes se emocionan con Shakespeare, se ríen con Molière y se deslumbran con Rembrandt y Mozart se acercan a y dialogan con quienes en el tiempo que aquellos escribieron, pintaron o compusieron, los leyeron, oyeron y admiraron. Ese espacio común, que nunca se especializó, que ha estado siempre al alcance de todos, ha experimentado períodos de extrema complejidad, abstracción y hermetismo, lo que constreñía la comprensión de ciertas obras a una élite. Pero esas obras experimentales o de vanguardia, si de veras expresaban zonas inéditas de la realidad humana y creaban formas de belleza perdurable, terminaban siempre por educar a sus lectores, espectadores y oyentes integrándose de este modo al espacio común de la cultura. Ésta puede y debe ser, también, experimento, desde luego, a condición de que las nuevas técnicas y formas que introduzca la obra así concebida amplíen el horizonte de la experiencia de la vida, revelando sus secretos más ocultos, o exponiéndonos a valores estéticos inéditos que revolucionan nuestra sensibilidad y nos dan una visión más sutil y novedosa de ese abismo sin fondo que es la condición humana. La cultura puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida, que no es nunca la de los lugares comunes, la del artificio, el sofisma y la frivolidad, sin riesgo de desintegrarse. Puedo parecer pesimista, pero mi impresión es que, con una irresponsabilidad tan grande como nuestra irreprimible vocación por el juego y la diversión, hemos hecho de la cultura uno de esos vistosos pero frágiles castillos construidos sobre la arena que se deshacen al primer golpe de viento.

Granada, junio de 2009




LA CULTURA SÍ SE COME, Y BIEN
La visión virreinal y el canon como dictadura de nuestro quehacer creativo.


Por Eloy JÁUREGUI

Domingo, La República, 02/08/2009

Estas fiestas patrias he comido cuy con salsa golf, y justo leo que desde España hay un resoplar de nuestro Mario Vargas quien ha dicho en Granada que existe una "socavación" de la idea tradicional de cultura, ligada a una "corrección política" que, en su opinión, ha convencido a la sociedad de que "es arrogante, dogmático, colonialista y hasta racista hablar de culturas superiores e inferiores".
Perdón. MVLL está computando que hay seres "cultos" y los otros. Que ese asunto laminar pasa por un colador racista y anticuy. Ese aserto ya lo conocemos de antiguo. A Mariátegui, a Vallejo y a los poetas del 70 nos dieron con un palo con clavo oxidado. ¿Quién? La clase reaccionaria. En realidad Vargas Llosa sugiere que una élite debe acomodarnos. Con respeto, ladies and gentleman, creo que ni Riva Agüero del S. XX lo hubiese dicho mejor, y más. Varguitas dizque “los sociólogos han incorporado a la idea de cultura, corno parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular".
No comprendo cómo hay peruanos que sigan con esa monserga dicotómica. Cultos e incultos. Una tabla de Sarhua es menos que una pintura de Llona y un retablo huamanguino tiene menos valor que un brochazo de Szyszlo. Hay dos libros. "Chicha powers" de Jaime Bailón y Alberto Nicoli y "Bueno, bonito y barato" de Rolando Arellano. Hablan de nuestros imaginarios a partir de conceptos fractuales y de esquirlas culturales. Aquel tejido ensambla a las vanguardistas y obliga a otra lectura de aquello que en nuestro Perú se llama cultura.
No soy injusto con MVLL pero lo cito: "Una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración y otra muy distinta creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen" (…) "El resultado de esta situación es que no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es". Y remata con una de pecho: "abogo por una élite formada por el esfuerzo y el talento con autoridad moral para establecer, de manera flexible, un orden de prelación e importancia de valores en las artes y en las ciencias".
¿Una élite? Oiga, Mario, usted está bien cojudo. Ahora que estoy en el twitter, que pertenezco al periodismo 3.0 y que alimento las redes sociales tecnológicas, me prohíbe que sea chicha. Soy chicha por interdisciplinario. Por culturalmente cholo. Por haber entendido que, en mi Perú, Gamaliel Churata, Carlos Oquendo de Arnat, Chacalón y Flor Pucarina tejen un soporte a soplete que consolida una Cultura Popular. Sí, con mayúsculas. Que puedo cantar una muliza con Jaime Guardia corno un yaraví con Raúl García Zárate. Igual, soy culto. Porque puedo, inspiran mi karma en la Molly Bloom de Joyce corno ser sediento en aras de parecerme al cónsul Geoffrey Firmin de Lowry.
Entonces, Varguitas, no nos mire corno un patán con plata. Entienda que el 28 de Julio los peruanos evitaron al Zambo Cavero para bailar con el Grupo 5 en el parque Circuito Mágico del Agua. No me trompeo con usted. Pero hay veces en que uno tiene que ensuciarse los zapatos y tener un enfoque del nuevo catastro de seducción y sensualidad que hierve en el espíritu del nacional integrado. Eso.

domingo, 24 de enero de 2010

¿QUÈ ES CULTURA? (II)



¿Qué implica cuando hablamos de cultura?
Me parece un ejercicio útil reconocer las creencias de la gente de la calle –o sentidos comunes- sobre lo que significa cultura. Para esto les pedí a mis alumnos que realizaran una encuesta entre amigos y parientes sobre que entendían ellos por cultura, les pedí que averiguaran que es lo que se le ocurre a sus encuestados cuando escuchan esta palabra, con qué la asocian. Un resultado fue el siguiente listado

“Es el nivel educativo de cada persona” (Mujer, 35 años)

“Es algo bonito que lamentablemente el Perú no lo sabe aprovechar” (Mujer, 20 años)

“Cultura, si te refieres a un pueblo, pueden ser sus costumbres, modas, enseñanzas etc., eso abarca la cultura de ese pueblo” (Joven, 19 años)

Cultura como alguien educado… su extremo opuesto sería algo así como la “cultura combi”, la trasgresión de las normas como un estilo de vida. Algo bonito… ¿dijeron Machu Picchu? Eso que se debe mirar con los ojos abiertos de admiración, yo lo asocio con esa expresión utilizada por un ex dueño de un canal de televisión: “lo culturoso”, la cultura de figurita de álbum o la cultura como un servicio cultural obligatorio. Cultura como las tradiciones y costumbres de un pueblo hace referencia a la dimensión colectiva de la cultura.

Bueno pues, estos sentidos comunes casi traducen de manera lineal lo que ha sido la evolución de la noción de cultura en el tiempo. De cultivo del espíritu, asociado en algún momento a los que tenían tiempo libre para ser cultos; luego abarca una dimensión social y se relaciona con la cultura de un pueblo y sus productos materiales o patrimonio. Destaco dos ideas que me parece importante analizar: la idea de cultura como privilegio de una élite culta y la idea de cultura como los productos trascendentes de un pueblo. ¿Algún problema con estos sentidos comunes? ¿No es acaso algo importante que una persona sea letrada=culta? ¿Sería algo equivocado valorar los productos que, como herencia cultural, son motivo de orgullo? Don Mario Vargas Llosa en su “Breve discurso sobre la cultura” expresa que: “Los sociólogos empeñados en hacer crítica literaria (han incorporado) a la idea de cultura como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular” (Granada, junio, 2009)…, la cultura popular ¿qué es? ¿la cultura de los nuevos bárbaros? …

"Distinciones jerárquicas basadas en estereotipos y simplificaciones permanecen desde las prácticas de museos, galerías, universidades, Estado, prensa”. Exposición Grandes Maestros del Arte Peruano, 2008.

Usualmente el rótulo "Grandes Maestros del Arte Peruano" no abarca a los artistas populares, ¡qué va!, ellos son inferiores y subalternos, y por supuesto, es natural que sean minimizados sino invisiblizados en el Museo de Arte.

Sucede que detrás de las categorías de valor culto/inculto esta la persistencia del racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia en nuestras sociedades.
Una noción de cultura que solo incluye al mundo de lo letrado y las bellas artes o al patrimonio como una noción historicista, manifiesta una visión reduccionista y excluyente. Oigan, y esto no es un tema meramente de disquisiciones académicas o teóricas; si la Comisión de la Verdad evidencio de una manera irrefutable que: “el 75% de los muertos fueron quechuahablantes”, es porque al diferente -desde el mundo letrado limeño- se lo categoriza como inferior, y, como consecuencia, se favorece su deshumanización: al bárbaro e inculto se lo puede exterminar sin remordimientos y en medio de la general indiferencia de los civilizados. Nada extraño si recordamos que: “desde sus inicios la República peruana se construyó sobre un conjunto de exclusiones, económicas, sociales y culturales” (Nelson Manrique). La visiòn reduccionista de la cultura no viene a ser más que una manifestación del prejuicio racial perpetuándose a lo largo del tiempo.

En un texto anterior preguntaba ¿cómo ponernos de acuerdo en cuál debe ser la acción del Estado en la cultura si no nos ponemos de acuerdo sobre qué entendemos por “cultura”?. Agregaría ¿cómo poder establecer políticas culturales democráticas sino compartimos una noción de cultura inclusiva de la diversidad?...

La UNESCO (2001) nos provee de la siguiente definición de cultura:

“La cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social.
Además de las artes y las letras, la cultura abarca:
Los modos de vida
Las maneras de vivir juntos
Los sistemas de valores
Las tradiciones y las creencias”.

Está bien clarito ¿no es así?, dice: “además de las artes y letras”… porsiacaso, esta noción de cultura está en un documento firmado por ¡131 países!

Guillermo Cortés nos recuerda en su artículo “Tan cerca y tan lejos, los vaivenes de las políticas culturales” (2006) que: “en la Conferencia Intergubernamental sobre las Políticas Culturales en África, en Accra, Ghana (1975), se avanzo considerablemente en la noción de cultura, al darle un sentido más allá de las bellas artes y el patrimonio”. Si pues, hay un camino recorrido en el cual los derechos culturales cobran actualmente la debida relevancia.

La noción citada, que nos habla de los cuatro rasgos distintivos, traduce el principio de “Igual dignidad y respeto de todas las culturas” (Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales, 2005).

¡Oiga Don Mario Vargas Llosa! (y todos los que piensan como Ud.), ¿tan difícil es descentrarse y ser flexible? (supuestamente característica de una persona creativa). ¿Se da(n) cuenta? ¡¡¡D I F E R E N T E S P E R O I G U A L E S!!!

La noción de cultura de la UNESCO refleja el relativismo cultural, esto significa que: la comprensión de las expresiones artísticas y culturales implica situarlas dentro de su sistema cultural. Este tema tendrá su propio desarrollo en una siguiente entrega.

En otra siguiente entrega, tambièn, propondré un cuadrito para ejemplificar la noción de cultura de la UNESCO, a ver si con figuritas me dejo entender y, por supuesto, me interesa evidenciar el sesgo etnocentrista –cuasi eugenésico y etnocida- de las visiones reduccionistas de cultura.

Herbert Rodrìguez

¿QUÈ ES CULTURA? (I)



DETALLES DE MURALES PINTADOS FRENTE A LA ESCUELA DE BELLAS ARTES (LIMA)



Una de las cosas que me irrita mucho es la poca atención que se le da a la ausencia de una definición de cultura que nos permita entendernos… Patricia Uribe -ex representante de la Unesco en el Perú- dijo en una entrevista: “Una noción de cultura, compartida por la comunidad peruana, que le permita producir e interpretar acontecimientos y hechos de la misma manera, está aún por definirse”.

Algunos relacionan cultura con las bellas artes, desde una perspectiva academicista; otros, manteniendo un espíritu sesentero, relacionan cultura con el modernismo, es decir, el abstraccionismo que, en plena era digital, aun sigue vigente en algún imaginario y sus representantes supuestamente debieran ser el orgullo nacional; entre la visión academicista de las bellas artes y el modernismo del abstraccionismo ¿algún tipo de diálogo? Por otro lado en la euforia que acompaña la conciencia de la potencialidad económica del turismo habrá quienes estarán totalmente convencidos que cultura es el patrimonio histórico y monumental, pero así, el pasado del país donde los pueblos originarios eran dignos representantes del territorio. ¿Cuál es el problema de la relación cultura=monumentos?, bueno, si la visión historicista no invisibilizara a la nueva lima no habría problema… Y, para finalizar este listado apenas esquemático, otros tendrán la convicción de que cultura es la cultura viva, y ahí también ¡vamos a ponernos de acuerdo sobre qué es cultura viva! ¿Solo lo relacionado con el arte popular de raíz étnica o también son cultura viva las tribus urbanas y la diversidad sexual…?

Estas diversas visiones sobre lo que es cultura se presentan antagónicas y, en su polarización, irreconciliables. Lo nuevo contra lo caduco o la belleza clásica versus la expresividad; lo legitimado como valioso por el devenir del tiempo y ejemplo de civilización versus lo cotidiano y anecdótico (como si las 24 horas del día uno las pasara en trance de comunicación con lo trascendente y no hubiera espacio para el dato humano de una charla trivial, por ejemplo)…

¿Cómo ponernos de acuerdo en cuál debe ser la acción del Estado en la cultura si no nos ponemos de acuerdo sobre que entendemos por “cultura”?...

En el próximo capítulo la respuesta.

Herbert Rodrìguez

sábado, 23 de enero de 2010

En torno al frustrado proceso del "Impulso a las polìticas culturales"

Alfons Martinell

En enero del 2008 "el director general de Relaciones Culturales y Científicas de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), Alfons Martinell, firmó un acuerdo por el cual otorga una subvención de un millón de euros al Instituto Nacional de Cultura (INC)".
Perù 21, 24/01/08


OPINIÒN

Estamos casi a dos años desde que en enero de 2008 se conoció la noticia de la subvención de la cooperación española al INC por un millón de euros (entrevista a Alfons Martinell en Perú 21 y El Comercio). Era el Proyecto AECID-INC Perú: Cultura y Desarrollo, uno de cuyos resultados debía ser la “elaboración de una propuesta de políticas culturales para el país”.
En marzo de 2008 se convocó al sector de la cultura para conformar ocho grupos de trabajo (los grupos “Impulso a las políticas culturales”) quienes, luego de meses de jornadas de trabajo –que incluyeron dos plenarias– presentaron sus aportes en el Primer Congreso Nacional de Políticas Culturales (diciembre de 2009). A la fecha, la ausencia de comunicación de los resultados de este proceso participativo motiva un legítimo malestar, además de una seria preocupación sobre el destino del trabajo realizado.
El INC, representada por su directora la Dra. Cecilia Bákula, tiene la obligación de explicar cómo es que se acoge un proyecto con un financiamiento de medio millón de euros, se lo difunde, se convoca al sector de la cultura que desarrolla jornadas de trabajo con productos, y luego ¿no pasa nada? Como todos sabemos, recientemente Alan García firmó y presentó al Congreso el proyecto de Ley que crea el Ministerio de Cultura (31 de octubre de 2009) ¿Para qué tanto esfuerzo desplegado si lo producido previamente no va a ser considerado o llega tarde? ¿Hemos sido el sector de la cultura, una vez más, instrumentalizados y manipulados? Recordemos la improvisación evidenciada en el primer gobierno de Alan García: antes que fortalecer la institucionalidad se derivó recursos a fórmulas caudillistas como la SICLA (Semana de Integración Cultural latinoamericana).
Se nos informa que “es la AECID quien debe entregar los resultados” y que el nuevo director del CCE-Lima, Sr. Juan Sánchez, coordinará la agenda de esta presentación con la Dra. Cecilia Bákula para hacer la entrega oficial del Proyecto Impulso, señalando como “fecha probable el mes de marzo de 2010”. Parece broma. Es al INC al que le corresponde ser proactivo, oportuno y eficiente ¿Pedimos demasiado?
El proyecto de ministerio debe acoger e implementar las propuestas producidas por el sector de la cultura, el Estado no solo debe rendir cuentas de lo avanzado en Cultura y Desarrollo, sino asegurar su continuidad.

Resultado de las jornadas finales de sistematización de los aportes del proceso Impulso-Congreso (abril-mayo de 2009) es el siguiente listado de propuestas de “ACCIONES PRINCIPALES EN EL CORTO PLAZO”:

Por parte del Gobierno Central y Actores políticos:
Discutir y aprobar una nueva Ley de Cultura (Congreso).
Crear un fondo nacional e incentivos tributarios para la conservación del patrimonio cultural y fomentar la excelencia en los productores de cultura (Congreso).
Crear la institucionalidad adecuada (Ministerio u otros) para la gestión de las políticas culturales (Poder Ejecutivo).
Supervisar el cumplimiento de los Derechos Culturales, en coordinación con las organizaciones de la sociedad civil especializadas en ello (Defensoría del Pueblo).
Poner La Cultura e Identidad como uno de los Puntos del Acuerdo Nacional sobre las Políticas de largo plazo del Perú (Acuerdo Nacional).

Por parte de los Gobiernos Regionales y Locales:
Revisar la legislación vigente en materia cultural y asegurar que la respeten.
Dedicar el … % de su presupuesto a proyectos e incentivos para la realización de los derechos culturales.
Fortalecer sus capacidades organizacionales e institucionalidad de apoyo a la cultura.
Convocar en los procesos de planificación y presupuesto participativos a los grupos culturales de su localidad.
Capacitar a su personal técnico en gestión cultural.

Por parte de los Empresarios y gremios empresariales:
Conocer la agenda y participar en el debate sobre las políticas culturales.
Suscribir el enfoque de la cultura como derecho humano básico y universal.
Respetar los convenios internacionales, en particular el Convenio 169 de la OIT.
Invertir en la cultura con enfoque de derechos e interculturalidad.

Por parte de los Líderes de Opinión y Universidades:
Apoyar a visibilizar los temas vinculados a los derechos culturales.
Asumir una activa campaña contra el racismo y la discriminación en cualquiera de sus manifestaciones, en favor de un debate amplio hacia la concertación de las políticas culturales.
Priorizar investigaciones y producción de conocimiento, así como propuestas sobre temas/procesos interculturales.

Por parte de los Trabajadores de la cultura:
Generar espacio de debate sobre las prioridades de las políticas culturales.
Impulsar campañas de incidencia ante gobiernos locales, regionales y a nivel nacional, por la agenda del impulso a la cultura y por el relanzamiento de las políticas culturales.
Generar y concertar propuestas concretas y proyectos sólidos para alcanzar a las empresas, a los gobiernos locales/regionales y a los espacios participativos.
Organizar e implementar un gran esfuerzo para llevar la agenda compartida, incluyendo la trayectoria acumulada y el aporte de experiencias previas, al debate público amplio.
Desarrollar materiales y propuestas creativas en la difusión y desarrollo de capacidades para la organización de la sociedad civil en torno a los derechos culturales, y en el desarrollo de capacidades para la gestión cultural en gobiernos locales y regionales.

Por parte de las Organizaciones sociales:
Conocer, difundir y participar en la elaboración y debate de la agenda cultural.
Comprometerse y participar activamente en la campaña por los derechos culturales y el respeto y revaloración de la diversidad.
Promover y apoyar el desarrollo de iniciativas de producción y disfrute cultural entre sus integrantes

Recoger aportes que son producto de un serio trabajo de sistematización desde los propios actores de la cultura es un requisito previo indispensable si se desea que la institucionalidad sea legítima y representativa.

Herbert Rodríguez
19 de noviembre de 2009

Reseña de mi trayectoria creativa



RETRATO Y OBRAS DE LA PRIMERA MITAD DE LOS OCHENTA

Este es un texto que redactè para mi individual en la NO GALERÌA (2005) del CAFAE-SE. Sirva para retomar con brios este blog y reencontrame con el mundo digital.
Herbert

La Fuerza Erótica De La Naturaleza

Nazco (1959) en la década de Kennedy, la guerra fría, la revolución cubana y la llegada del hombre a la luna.
El violento e intolerante tiempo actual (11-S) me confronta con renovados retos y reflexiones urgentes: el rol de la sensibilidad y los valores humanos en nuestra realidad contemporánea.

La formación académica me proveyó de recursos de dibujo pero mi opción personal no fue, ni es, el dibujo naturalista. Lo mío es el la expresión simbólica de la naturaleza como fuerza erótica, utilizando los elementos visuales -línea, color, forma, textura- con su propia identidad expresiva.

Luego de un largo camino recorrido mi archivo de obras hace evidente el proceso evolutivo de mi trayectoria, de cómo llego al papel calado y el estilo y sus formas que son mi lenguaje personal actual.

Este archivo evidencia las distintas búsquedas formales en pinturas sobre papel, búsqueda en las que cada época o ciclo tiene características propias.

Mis tanteos intuitivos iniciales (76-78) son juegos de líneas como símbolos y, por la metodología del dibujo automático aparecen - luego de un viaje a Puno el año 79- máscaras, totems y altares. Con un estilo primitivista con síntesis de formas y colores con una clara referencia al arte popular a las que, eventualmente, agrego variantes pop y experimentos con texturas.

Mi propuesta artística primitivista es una exploración del universo mítico -raíces en la tierra, ancestros en la sangre- en dialogo con la realidad social.
En ella los colores primarios contrastados, en toda su intensidad, van junto con el trazo gestual; al mismo tiempo, los colores chorreados y salpicados con un fuerte tratamiento textural buscan trasmitir intensidad de sensaciones.

Los collages con fotocopia -producidos inicialmente con un interés sociológico e introspectivo (guerrilla interior, 1979-82)- corresponden a mi participación en la movida subterránea (1984-88). Estos collages son un extremo de contraste con mis pinturas sobre papel.
Las monotipias sobre papel las desarrollo en el contexto de la espiral de violencia. Las trabajé como elementos parte de mi propuesta de murales collage dentro del activismo en universidades y la calle (1989-90).
Toda una sección de mi archivo la forman obras sobre papel (carteles, collages, ensamblajes) que fueron parte de instalaciones “contraculturales” de la década del noventa

Finalmente, mi archivo de obras es un registro bastante completo, obsesivamente conservado, de un trabajo complejo.